Vaticano

El origen del actual poderío económico del Vaticano. No de la fortuna que posee en templos, catedrales, monasterios, palacios, obras de arte, altares recubiertos de oro, cálices del mismo material, ropajes opulentos y otras minucias por el estilo, sino riqueza financiera, en forma de empresas, acciones, bonos, títulos bancarios y demás.

El Vaticano comenzó a amasar esa fortuna gracias a la ayuda de dos célebres personajes: el dictador fascista de Italia Benito Mussolini, y el genocida dictador nazi Adolfo Hitler. En 1929, el Vaticano se hallaba en una severa crisis económica, pues a consecuencia de la unificación de Italia, había perdido los llamados Estados Pontificios --naciones de la Italia central de las que el Papa era monarca-- y vastas propiedades en Francia y otros lugares de Europa. Además, ya antes la reforma protestante le había privado de cuantiosos ingresos provenientes del norte de Europa. Pero Mussolini entró al rescate. Le concedió una serie de canonjías y prerrogativas económicas y finalmente firmó los Tratados de Letrán, que, entre otras cosas, otorgaban al Vaticano 90 millones de dólares, lo cual en aquella época era una fortuna tan grande que para no desestabilizar las finanzas del gobierno italiano, se decidió entregarla en varios pagos a lo largo de un año.

El Papa puso ese dinero en manos de un habilísimo banquero, Bernardino Nogara, quien hasta su muerte en 1958 manejó o dirigió las inversiones vaticanas en toda clase de negocios, inclusive fábricas de condones y el comercio de armas y municiones. Tan eficiente fue Nogara para acrecentar las finanzas papales, que cuando murió, el cardenal norteamericano Spellman casi lo deificó al decir que “después de Jesucristo, lo mejor que le ha sucedido a la Iglesia ha sido Bernardino Nogara.”

Nogara, por cierto, fue precursor del Fobaproa. En los años 30, cuando la Gran Depresión hizo quebrar muchas empresas italianas en las cuales el Vaticano tenía fuertes inversiones, logró que el gobierno de Mussolini comprara las acciones de esas compañías, pero no a su valor real --que estaba por los suelos-- sino a su valor nominal, el que tenían antes de la crisis. Así, el gobierno italiano desembolsó 630 millones de dólares (que en la actualidad equivaldrían a muchos miles de millones) para comprar esos papeles sin valor y las arcas del Vaticano se hincharon más aún.

Hitler, por su parte, firmó con el Vaticano un concordato mediante el cual se estableció un impuesto que debían pagar todos los católicos alemanes y que se enviaba directamente al papa. A cambio de ello, el Vaticano ordenó al Partido Católico alemán --entonces de oposición-- que apoyara el decreto que concedió a Hitler poderes dictatoriales. El concordato, dicho sea de paso, fue negociado y firmado por el cardenal Pacelli, nuncio papal en Alemania, quien de ahí se convertiría en el papa Pío XII. El dinero del impuesto fluyó sin cesar a Roma casi hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.

La enormes inversiones vaticanas --que se han visto envueltas en varios y muy sonados escándalos financieros y hasta en muertes misteriosas-- las maneja el Istituto per le Opere di Religione (Instituto para las Obras de Religión) que pese a su nombre es, en realidad --dice Camacho--, una institución financiera muy peculiar porque toda su documentación se destruye al cabo de diez años, su balance general y estados de cuenta son secretos que conocen solamente el Papa y tres cardenales, no está sujeta a más autoridad que la papal, y aunque funciona como un banco ordinario, tiene carácter de institución financiera oficial de un estado soberano, el Vaticano, lo cual le garantiza un alto grado de inmunidad e impunidad en cuestiones legales.

Ciertamente, vale la pena leer esa biografía no autorizada del Vaticano, de Santiago Camacho. En la Internet se le encuentra en el sitio  

http://www.bibliotecapleyades.net/va...vatican26.htm#

Homilia digna:

Texto íntegro de la homilía del obispo de San Sebastián

Queridos miembros de la Compañía de Jesús y sacerdotes concelebrantes, queridas autoridades aquí presentes, queridos fieles todos, amigos de San Ignacio:
Celebramos el día de nuestro patrono en este lugar entrañable, auténtico corazón de nuestra Diócesis. Esta Basílica de Loyola en la que nos encontramos es, a buen seguro, el lugar de nuestra Diócesis con más eco universal. Llama la atención que un hombre que eligió abandonar la Casa Torre de Loyola y distanciarse de una familia distinguida; alguien que intercambió su vestimenta por la de un mendigo en Monserrat; alguien que quiso ocultarse a los ojos del mundo, para vivir escondido para Dios...; paradójicamente, ese alguien, sea ahora nuestro patrono y uno de nuestros principales referentes en el seguimiento de la voluntad de Dios. En esta paradoja, vemos de alguna manera realizadas las palabras del Evangelio: "El que busque su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí la encontrará" (Mt 10, 39).
¿Qué significa eso de tener un patrono? Es cierto que cada uno de los cristianos, como discípulos de Cristo, partimos de situaciones y circunstancias muy distintas, desde las que estamos llamados a seguir a Jesucristo en nuestra vida. Alguien decía aquello de: "¡Cada uno debe florecer donde Dios le ha plantado!"... Ciertamente, cada uno de nosotros es único e irrepetible, de forma que la santidad no consiste en copiar otros modelos, sino en descubrir nuestro propio camino. Pero eso sí..., teniendo para ello los puntos de referencia necesarios, a modo de estrellas que guíen e iluminen nuestros pasos... El poeta decía aquello de "caminante no hay camino, se hace camino al andar"... Pero yo me atrevería a rebatirle diciendo que la historia no nace con cada uno de nosotros, sino que nos incorporamos a un pueblo en marcha, a una familia que peregrina, a una Iglesia siempre antigua y siempre nueva... al ejemplo de los ‘mejores' que nos han precedido, que son los santos, que es San Ignacio, nuestro patrono.
Los santos han sido enriquecidos con dones especiales, pero no a título ‘particular' o a modo de ‘propiedad privada'. Por el contrario, Dios les ha dado algunas intuiciones que son perfectamente aplicables para el resto de los mortales, independientemente de nuestro estado de vida y de nuestras circunstancias. En el caso de San Ignacio me atrevo a destacar una intuición de la que él hizo su lema, y que perfectamente pudiera ser el nuestro. Me refiero a su célebre máxima: "¡en todo amar y servir!".
El amor, el auténtico amor, no es el romántico, sino que es el que se traduce de forma inmediata en ‘servicio'. Como San Ignacio gustaba decir: "El amor se manifiesta más en las obras que en las palabras". ‘Amar y servir' es un binomio inseparable: Servir sin amar, es servilismo. Amar sin servir, es mero romanticismo.
Recuerdo una expresión que se suele atribuir a la Madre Teresa de Calcuta: "Dormía y soñaba que la vida era sólo alegría...; desperté y vi que la vida era sólo servicio...; me puse a servir y entendí que el servicio es gozo y alegría...". Los cristianos tenemos razones añadidas para comprender el valor del servicio. No en vano el Hijo de Dios vino al mundo entrando por la ‘puerta de servicio'...
Queridos hermanos, estas reflexiones sobre el lema ignaciano "en todo amar y servir", son un marco adecuado para poder dirigir una palabra -que pido a Dios que sea profética-, sobre la grave situación que padecen muchos sectores de nuestra sociedad por causa de la crisis económica. Parece ya una convicción compartida que, no estamos ante una crisis como tantas otras que nos han precedido, sino que nos enfrentamos con un reto que cuestiona los fundamentos en los que hemos basado nuestro desarrollo.
En la medida en que Occidente ha ido perdiendo sus raíces cristianas, progresivamente ha invertido sus valores, colocando el ‘tener' por encima del ‘ser'. Éste ha sido el motivo último por el que ahora nuestra sociedad se encuentra al borde de la quiebra. Una sociedad que coloca el ‘tener' por encima del ‘ser', se encamina hacia un consumismo sin límites por las sendas de un despilfarro irracional... De una forma bastante generalizada, las administraciones han gastado el dinero que no tenían, endeudando a las instituciones públicas y comprometiendo el futuro de las generaciones venideras... Por su parte, los bancos, cajas de ahorros e instituciones financieras, sustentaron sus escandalosos beneficios anuales, sobre unos cimientos de una economía irreal, ficticia e insostenible. Los sueldos con los que fueron blindados los consejos de administración han sido inmorales, y siguen siéndolo...
Pero no se trata solamente de mirar hacia arriba, pensando que la situación presente es sólo responsabilidad de quienes han llevado las riendas de la economía. Es obvio que estamos ante un pecado del que todos hemos sido cómplices. También nosotros hemos comprado lo que no necesitábamos, pagando con un dinero que no teníamos, construyendo un modelo de sociedad contraria a los valores del Reino de Dios. Tenemos que reconocer que hasta en los niveles más populares se le había otorgado carta de ciudadanía al fraude fiscal. Sisar a Hacienda parecía estar fuera del campo moral.
Por si fuese poco, en esta grave situación proliferan los especuladores que hacen fortuna de la crisis. Son muchos los especialistas que denuncian que el acoso de los mercados a la economía es desproporcionado; y que solo se explica en el contexto de un chantaje especulador que pretende aprovecharse de una situación límite.
Salir de esta situación va a suponer una catarsis muy grande para todos. ¡Ojalá sea así! ¡Ojalá salgamos transformados! En el momento presente, las políticas de ahorro se nos imponen de forma imperiosa; y pecan de hipocresía quienes se resisten a reconocer esta realidad. La situación creada requiere de un sacrificio colectivo para su sanación.
Ahora bien, un sacrificio colectivo, no implica que tenga que realizarse de forma ‘indiscriminada' o ‘indiferenciada' entre quienes tienen más o menos recursos. Decía recientemente el Cardenal Oscar Rodríguez de Madariaga, Presidente de CARITAS Internacional, que "en tiempos de crisis, no se puede recortar la parte destinada a las personas empobrecidas". Más aún, cuando comprobamos que está aumentando notablemente el número de personas situadas bajo el umbral de la pobreza. Entre nosotros, concretamente, desde el inicio de la crisis, el número de personas atendidas anualmente por CARITAS en Gipuzkoa ha pasado de 15.000 a 24.000. Y es de suponer que los fuertes recortes realizados en el momento presente, especialmente en materia de paro, provocarán en los próximos meses un sustancial aumento de solicitudes a CARITAS.
Pues bien, queridos hermanos, en este día que dedicamos a nuestro patrono San Ignacio, y en este contexto en el que una parte importante de la población se dispone a iniciar sus vacaciones estivales; me atrevo a proponeros a todos los católicos, y a cuantas personas de buena voluntad confían en la gestión de CARITAS, un esfuerzo solidario especial con quienes más estén padeciendo, y previsiblemente vayan a padecer en los próximos meses las consecuencias de esta situación.
Os dirijo una invitación especial a cuantos se sienten interpelados por esta situación, a desprendernos de una paga extraordinaria en favor de los más afectados por la crisis. Algunos no podrán asumir un esfuerzo tan grande, pero tal vez podrían sumarse a la campaña de CÁRITAS para donar un día al mes del sueldo. Otros quizás puedan hacer un donativo puntual.
Por aquello que dice el refrán, "no es lo mismo predicar que dar trigo", en los días precedentes he dirigido esta misma invitación que hoy extiendo a todos, a los sacerdotes de nuestra Diócesis, así como a los colaboradores y trabajadores ligados a la tarea pastoral de la Iglesia. Su sueldo es muy modesto, muy por debajo del salario medio en nuestra sociedad. Sin embargo, estoy seguro que participarán -de hecho, lo están haciendo ya muchos de ellos- en esta iniciativa de CARITAS.
A la vuelta del verano, en septiembre, organizaremos una rueda de prensa en la que presentaremos con detalle esta iniciativa. Como suele decirse, le pondremos la ‘letra pequeña'. Pero me ha parecido oportuno anunciarlo antes de las vacaciones estivales, para que teniéndolo en cuenta, seamos más austeros en nuestros gastos de estos días.
Agradezco por adelantado vuestra respuesta, que no dudo será generosa, en la medida de las posibilidades. Jesucristo llama a nuestra puerta, y su Caridad nos enriquece. Estoy seguro que, en la situación presente, San Ignacio nos diría una vez más: "¡En todo amar y servir!"
+ José Ignacio Munilla
Obispo de San Sebastián

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